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LA ACTITUD ES LO QUE CUENTA, un elogio a la edad “Sin Cuenta”

Marita Copes, Directora ejecutiva de Codigo R, Desarrollo sustentable y Agenda ODS 2030

Dicen que “la actitud es 10% lo que te pasa y 90% cómo reaccionas”; “aprendes más de los errores que del éxito”. Dicen que “lo que no te mata, te fortalece; que con actitud positiva, maduras más rápido y envejeces más lento”; son acaso frases singulares para ayudarnos a enfrentar los retos y obstáculos, los miedos y las frustraciones que en el transcurso de la vida van trazando la huella de nuestra historia …

Soy Marita Copes, Mamá, Abuela y Directora ejecutiva de Código R, soy Uruguaya pero vivo en Argentina. Crecí en un hogar de libertades condicionadas, como un espejo que devuelve la imagen al revés, haciendo más lo que podía y no lo que quería, con sueños que no me atrevía a hacer conscientes, y varios logros que llegaron cuando me sentía al límite de mis fuerzas. 

Me eduqué en un colegio católico, mi mejor amigo era un sacerdote, participaba en todas las tareas solidarias por la comunidad, pero siempre sentí una débil fe religiosa. A los 12 años tuve la demanda de hija mayor y debí cuidar a tres hermanos de 8, 4 y 2 años, por eventos clínicos recurrentes de mi madre. El clima familiar era de escasez sostenida en respuestas de “no hay plata, somos pobres” cuando pedía que me compraran algún libro o prenda de moda; de rigor paterno (expresados con su sola mirada); de doble discursos cuando el permiso era “cosa de tu madre”, o era chica para salir a bailar, pero grande para cuidar a mis hermanos y a la abuela con alzheimer que vino a nuestra casa al morir mi abuelo.  

Para “escapar” de las presiones hogareñas, me casé dos años después con el noviecito que me forzó a ser mujer a los 16; entre la realidad que necesitaba ver y las sombras de la manipulación no pude identificar los matices de  violación y violencia en esa relación que alimentó mis miedos y mi baja autoestima. Tampoco despegué de la familia paterna, terminé sumando más agobios a mi espíritu ingenuo de niña-mujer, tardé quince años en decir ¡basta! y me fui a la calle con mis hijos adolescentes, sin recursos, ni trabajo, sólo con el  miedo transformado en decisión.

Siguieron veinte años de equilibrar lo necesario y la rentabilidad, de actos solidarios modestos, como darle comida o prestarle escucha a alguien que lo necesitara. En ese momento volví a conectarme con la niña activista que cuestionaba todo lo establecido que creía injusto, aquella que se parecía a una “abogada de causas perdidas” como decía mi madre. Me sumé en muchas causas de voluntariado y lideré varias alternativas, guiada por la intuición.

Una repentina y gran decepción familiar junto con el revés laboral que me daba el único ingreso económico, me pusieron frente al desafío de vencer al cáncer. Lloré, medité, tuve insomnios en los que aparecían dolores abiertos, rabias contenidas por la infancia trunca y los cuesta arribas demasiado frecuentes. En las dos mesas de quirófano dejé de preguntarme ¿por qué a mí? y desde el corazón pedí luz para entender qué debía hacer y con quiénes.

Entonces en adelante aparecieron las circunstancias que impulsarían  proyectos a escala y fortaleciera las incidencias institucionales. Ya con varios años de recorrido por la vida comencé mi camino como conferencista por la educación y el bienestar de las personas, por la equidad de género y la prosperidad de los espacios que habitamos. 

Hago lo que hago para reunir los esfuerzos individuales en una cadena de actitudes positivas que sobrepasan la realidad que se acepta en dos direcciones: haciendo consciente el valor vital de las vivencias y revisando para sanar los efectos mentales que provoca la resignación. 

Por mi historia y lo que he vivido, me gusta escuchar que ser joven o envejecer no es cuestión de edad, sino de actitud. No me disgusta decir mi edad, pero prefiero decir que tengo “sin cuenta”. Creo que como adultos mayores más que cuántos años tenemos, importa cómo los estamos viviendo; y esa elección es válida hasta el último respiro de nuestra vida física. Me hace feliz saber que no podremos controlar el viento, pero siempre tendremos la posibilidad de cambiar la dirección de nuestro vuelo.

Un texto de Marita Copes

Corrección de estilo Natalia Santana  y Catalina Santana C